miércoles, 13 de enero de 2016

La niña que quiso vivir un cuento

       - Cuéntame el final.
       - ¿El final? ¿El final de qué?
       - El final de la historia, por supuesto.
El anciano miró a la cara alzada de la niña que se llenaba de impaciencia y resolución por momentos. Soltó una carcajada:
       - Hombre, para contarte el final tendré que empezar por el principio ¿no te parece?
La niña quedó pensativa durante un momento y entonces se decidió.
       - Muy bien. Cuéntame, pues, toda la historia.
       -  ¿Contarte toda la historia? ¿No será eso un poco largo? – hizo una pausa, para ver cómo la pequeña saltaba de un pie a otro sin poder esperar ni un segundo más- ¿No prefieres vivirla?
La niña se paró en seco y cuando comprendió lo que le acababa de decir se le iluminó el rostro. ‘¿Vivirla?’. Jamás se le había ocurrido que podría tener tanta suerte. Por fin, una aventura. Después de tanto tiempo escuchando historias. Historias fantásticas, de seres fantásticos. Esperando con ansia el momento de escuchar una más, una nueva. Porque siempre eran nuevas, siempre nuevas y preciosas. No todas acababan bien, por supuesto, eso era imposible, pero cada una de ellas era perfecta en sus imperfecciones.
El anciano volvió a reír, con una carcajada profunda y sincera, y sin esperar respuesta empujó a la niña con un simple movimiento de su mano. Esta perdió el equilibrio y comenzó a caer. ¿O a subir? Ya no estaba muy segura. Dio vueltas y más vueltas en un remolino que la engullía. Un remolino de colores naranjas y amarillos, tan luminosos que incluso le cegaban. Entonces se estabilizó y ya sí, con seguridad comenzó a ascender. Tres paredes cruzó, una de fuego, una de agua y una de roca hasta que finalmente llegó al punto donde, supuso, había de llegar, pues con un lento flotar se posó sobre el suelo.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente. Los personajes de las historias, todos estaban allí. Un hombre que avanzaba apresuradamente llevando esa caja negra bajo el brazo, eso que el cuentacuentos llamaba maletín. Esa niña, un poco más alta que ella que jugaba con una especia de lazo alargado… ‘mmm ¿Cómo era? ¿com…? ¿comba? ¡Ah, sí! Eso era’ Ese grupo de chicos que acarreaban una bolsa ‘¿mochila?’ a la que salían de un edificio. Un edificio enorme, lleno de agujeros por los que dejaba entrar la luz, de pareces rojas y brillantes. Un edificio que el cuentacuentos llamaba colegio. Ahí se aprendían cosas, según él.  Entonces se volvió y vio a una de esas señoras que tenían la piel surcada de líneas. El cuentacuentos decía que era por la edad, que era el tiempo el que las producía. Ella no entendía por qué  en las historias los personajes se preocupaban cuando empezaban a aparecer las primeras. Bajo su parecer eran preciosas. Como si alguien hubiera creado una obra de arte sobre la piel.    
Siguió caminando, deleitándose a cada paso con cada cosa que veía, tan conocida y desconocida a la vez. La gente no parecía percatarse de su presencia. En la calle siempre era la pequeña niña la que tenía que apartarse para dejar pasar al resto. Pero no le importaba, así podía inspeccionarlos más de cerca.
Allí estaban todas las cosas que el cuentacuentos había descrito tan bien en sus historias. Siempre que veía algo nuevo lo señalaba y gritaba el nombre. Entonces prorrumpía en carcajadas. Y seguía caminando. Había ocasiones en las que no lo recordaba. Entonces se sentaba sobre el suelo y con cara de concentración permanecía allí hasta que la palabra correcta le venía a la mente. Siempre sonreía con deleite cuando esto ocurría.
Empezó entonces a andar algo distraída. Se preguntaba por qué en aquella ocasión el cuentacuentos no se había limitado a narrarle una nueva historia, como siempre había hecho desde que lo conocía, vamos, desde siempre. ¿Qué era demasiado larga? ¿Y qué? Al fin y al cabo siempre lo eran. Así avanzaba ella sumida en sus pensamientos, cuando, de repente, se dio cuenta que estaba ante un edificio inmenso, pintado entero de blanco. Mmm… no se acordaba del nombre de este. Por mucho que lo intentó ninguna palabra le vino a la mente, así que decidió entrar para comprobar si algo en su interior le daba una pista.
En el interior las paredes también eran completamente blancas. Había mucha gente. También esos que siempre van vestidos de blanco y con una especie de collar raro al cuello. ‘Médicos, por supuesto’, se acordó la niña. Avanzó por un pasillo atraída por la curiosidad. No sabía por qué había escogido ese en particular, cuando había tantos. Casualidad. El color del rellano comenzó a cambiar, pasando de blanco impoluto al rosa.
Pegó un brinco. Un grito desgarrador provenía de unas puertas un poco más allá. Avanzó corriendo, movida por la curiosidad y la preocupación, dispuesta a ofrecer su ayuda en caso de que fuera necesario. Atravesó como un relámpago la entrada y se quedó pasmada con lo que allí había. Una mujer dispuesta en una posición que a su parecer debía ser de lo más incómoda, con la cara congestionada ‘¡Claro! Por cómo está tumbada. Si es que a quien se le ocurre…’. Parecía que estaba haciendo un gran esfuerzo, no sabía exactamente cuál. A su lado había un hombre con cara de preocupación, que le cogía la mano con tremendo cariño, a pesar de que claramente ella le tenía que estar haciendo un daño del demonio por cómo le clavaba las uñas.
Volvió a gritar, no muy alto al principio, pero el alarido en el que se convirtió hizo que la niña se tapara las orejas para no tener que oírlo. Se fue acercando lentamente para ver más de cerca lo que sucedía. El otro hombre, vestido por cierto, de blanco. Animaba a la mujer como podía. ‘Venga Ana que ya falta poco, tú sigue empujando’. ¿Empujar? ¿Empujar el qué? si ahí no había nada que empujar, pensaba la niña con cara de fascinación por escena tan extraña, aunque muerta de curiosidad por saber en qué acababa todo esto. 
La mujer, que se llamaba Ana, pegó un nuevo grito y el médico dijo algo así como ‘Ya llega’. ¡Ay! ¡Qué ganas de ver el final de la historia! Entonces la pequeña sintió cómo algo tiraba de ella, algo invisible, que tenía la fuerza de un tifón. Tiraba de ella sin disminuir su fuerza ni por un momento. La niña se agarró del pasamanos de la cama para evitar que ese extraño empuje se la llevara volando. ‘¡No! ¡Quiero ver cómo acaba la historia!’ Gritó, mientras la mujer emitía el alarido más desgarrador de todos. Entonces se oyó una profunda risa que parecía llevada por el viento. ‘¿No tendrás que saber primero como empieza?’ Acto seguido la niña se esfumó, siendo unos ojos desorbitados por la sorpresa lo último que se pudo ver de ella. Al mismo tiempo, un bebé rompió a llorar. 

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